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Hace unos veinte años escribí lo que sigue sobre el conflicto judio-palestino
EN AMBOS LADOS DE LA MISMA FRONTERA SEINVOCA AL MISMO DIOS PARA MATARSE ENTRE ELLOS
Estos son los orígenes del origen. ¡Oh, Jerusalén, Jerusalén, cuyo nombre es ciudad de la Paz donde nunca existió la Paz, ciudad de Dios, reina de los cielos, tú, la sagrada, bendecida y maldecida al tiempo, lugar de Fe y Esperanza, de sangre y de desencuentro, tan lejos en su realidad de lo que representaba en la esperanzada imaginación religiosa colectiva, -“todo es más puro y noble en la mente que en la realidad”-, ciudad donde los hijos del mismo Dios sacrifican en querellas a sus hijos al mismo Dios por amor al mismo Dios que nos ama a todos! ¡Eterno y estéril sacrificio del hijo de Abraham, pero sin mano compasiva que detenga el arma homicida! -aun cuando se aduzca el simbolismo del sacrificio como el sacrificio del yo”-, “En su origen los profetas eran hermanos, Ismael e Isaac”. En su origen todos somos hermanos, aunque siempre lo olvidamos, o lo seamos al modo de Caín.
Resulta increíble que un Dios pueda pedir como tributo la vida de un hijo sacrificado por su padre de propia mano, aunque cierto es que en nuestra desoladora historia desde el principio de los tiempos cada generación sacrifica por miles y miles a sus hijos por dioses o por ideas o por intereses o por locuras. Desde luego no es el Dios de Spinoza, que admiraba Einstein, de admirable humanidad y amor y con un sentido moral acorde con la razón humana. “Por muy majestuoso y sobrenatural que pueda parecernos la idea de Dios, si lo que ordena contraviene la Ley Moral, habrá que tomarle por un espejismo. Kant”.
Malditos seáis todos los que matáis a vuestros hermanos
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